Tal vez sea lo más común, al comienzo de un nuevo año, hacer balance del anterior y tratar de adivinar aquello que el recién nacido pueda depararnos, a lo largo de su corta vida. Siguiendo, pues, tan añeja constumbre, prescindiré, no obstante, del balance del año que se fue, negativo a todas luces, y me centraré en las esperanzas que, a partir de ahora, albergo.
Lo que espera de mí la clase política es algo que conozco desde hace mucho tiempo. Nuestra mediocre casta parlamentaria desea mi voto; nada más. Por eso resulta tan despreciable. Lo que, probablemente, ignora es lo que yo espero de ella. Así que, como enseñar al que no sabe es una de las obras de misericordia, se lo voy a decir.
El recuerdo de algunas buenas películas que se han hecho sobre la mafia, la evocación de varias de sus imágenes más impactante, me lleva a no ver, en el Parlamento y en el Senado, salvadas ciertas diferencias notables, otra cosa que no sea el choque de distintas bandas mafiosas, que pretenden imponerse unas a otras. Ya sé que lo que digo resulta atrevido; pero más atrevimiento hay en quienes debieran observar una conducta que no me llevara a pensar tal cosa. Mi esperanza, y mi deseo, en este 2 de enero, es que, dentro del año que comienza, nuestros políticos me permitan cambiar de opinión. No será fácil. La débil democracia que padecemos -tan frágil, aún, por niña- dio lugar a la aparición de unos individuos que vieron, en su dedicación a la política, una ocupación ventajosa, cargada de privilegios, a la que, difícilmente, renunciarán. España me sugiere hoy la idea de un extenso barrio, de Chicago o de Nueva York, en el que dos bandas rivales se disputan el control y el dominio de una población, indefensa ante sus desmanes. Una de esas bandas -el Gobierno- mantiene la hegemonía sobre la otra -la Oposición- desde el día, ya lejano, en que un acto de terror le dio el poder. Aun así, la Oposición va ganando terreno, dentro del barrio, y pronto se impondrá al Gobierno. Y, cuando eso ocurra, todo volverá a ser igual. Pues el Gobierno y la Oposición son dos bandas que, de mutuo acuerdo, intercambian, cada cierto tiempo, sus respectivos nombres -Gobierno y Oposición-, porque, en el fondo, son la misma banda.
Barlovento Maciñeira
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