El navegante de espíritu aventurero que, a lomos de todos los mares, conoce los distintos vientos de la rosa, antes o después pone rumbo a una antigua nación, que se distingue de las demás en que su Gobierno goza de pleno reconocimiento popular. En ese país lejano, que soporta una imperfecta dictadura, oculta bajo el paño de una aparente democracia, el reconocimiento que el pueblo muestra hoy a sus gobernantes resulta único, en el, tontamente llamado, concierto de las naciones, por sus manifestaciones prácticas. Si un tertuliano se refiere, pongamos por caso, al "inútil cabrón", los demás contertulios adivinan, al momento, de qué ministro del Gobierno les habla; si un funcionario, volvamos a poner por caso, menciona, en un corro de iguales, al "hijo de la gran puta", ninguno duda que señala al Presidente del Gobierno; si alguien, en fin, en la mesa de un café de esa peculiar nación, atribuye algo a "la cerda embustera", cualquiera de sus interlocutores sabe a qué ministra del Gobierno apunta.
El día 8 de octubre de 2008 escribí un poema, dedicado al 11-M, que, recitado por mí en diferentes tertulias literarias de Madrid, provocó mi expulsión de la que tiene lugar en el Círculo de Bellas Artes. Lo publico ahora en esta tribuna, precedido de las palabras que le sirven de preámbulo, para que se tenga idea clara del grado de persecución a que se ve sometida, en ciertos ambientes culturales, la libertad de expresión.
Dos días después de aquel terrible 11 de marzo, muchos formaron rebaño, en plena jornada de reflexión, para exigir al Gobierno la verdad de lo ocurrido. Me pregunto dónde están hoy. El día 11 de cada mes, unos llamados Peones Negros, que, de verdad, quieren saber quiénes se encuentran detrás de aquella matanza, acuden a la estación de Atocha, con ánimo de honrar a las víctimas de tan tremendo atentado. En ellos pensaba cuando, en octubre de 2008, escribí estos versos. Me encantaría tener la oportunidad de recitárselos a Zapatero; pero no a solas, sino en un abarrotado Congreso de los Diputados, ante mil cámaras de televisión, en nombre de las víctimas del 11-M.
Fernando Lago
viernes, 15 de octubre de 2010
Un país lejano
El navegante de espíritu aventurero que, a lomos de todos los mares, conoce los distintos vientos de la rosa, antes o después pone rumbo a una antigua nación, que se distingue de las demás en que su Gobierno goza de pleno reconocimiento popular. En ese país lejano, que soporta una imperfecta dictadura, oculta bajo el paño de una aparente democracia, el reconocimiento que el pueblo muestra hoy a sus gobernantes resulta único, en el, tontamente llamado, concierto de las naciones, por sus manifestaciones prácticas. Si un tertuliano se refiere, pongamos por caso, al "inútil cabrón", los demás contertulios adivinan, al momento, de qué ministro del Gobierno les habla; si un funcionario, volvamos a poner por caso, menciona, en un corro de iguales, al "hijo de la gran puta", ninguno duda que señala al Presidente del Gobierno; si alguien, en fin, en la mesa de un café de esa peculiar nación, atribuye algo a "la cerda embustera", cualquiera de sus interlocutores sabe a qué ministra del Gobierno apunta.
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