Vida oculta de Pepiño Blanco
(Capítulo 27)
Continuaron viaje hasta Madrid, sin más incidente que el provocado por una frase obscena de San Zoilo, dirigida a una recia campesina de Arévalo. El santo le había espetado, desde lo alto de la baca, que sus enormes tetas dejarían satisfecho a todo un regimiento, y la moza, ofendida, se cargó, de potente pedrada, la luna trasera del taxi.
Entraron, por fin, en la capital del oso y el madroño, de noche y sin luna, y se acomodaron en un hotel de la Gran Vía. Y, a la mañana siguiente, se presentaron en el aeropuerto de Barajas.
La compañía Air France no aceptaba a San Zoilo de Pastrana como un pasajero más. Pretendía -cosa inaudita, según Amalia Fandiño- que viajara en la bodega, con el resto del equipaje. Amalia Fandiño trató de imponer su volumen al razonamiento, asegurando que era un sacrilegio meter a San Zoilo en la bodega, como si fuera un trasto; pero, ni por esas. Los representantes de la compañía aérea hicieron valer su autoridad. San Zoilo viajaría en la bodega o se quedaría en tierra. Al final, el dinero, ese dios que allana los peores caminos, le proporcionó al santo, como a cualquier otro pasajero, la tarjeta de embarque.
El vuelo, excesivamente largo, se convirtió en una fiesta multicolor para Pepiño Blanco. Feliz en brazos de Maruxa, creyendo, en su infantil inocencia, que iba en el coche de linea Ferrol-Vivero, Pepiño no dejaba de recibir -digno homenaje a su mucha hermosura- la atención amorosa de cualquier mujer que se moviera por el pasillo. Una de las azafatas, que no pudo resistirse, lo tomó en brazos, y, haciéndole toda clase de mimos y carantoñas, lo llevó a la cabina para que el comandante y los demás pilotos lo conocieran.
San Zoilo de Pastrana, de pie, sobre su peana, en un asiento que daba al pasillo, viendo que se acercaba por él otra azafata con una bandeja, le guiñó el ojo izquierdo, y las tazas de café que la joven llevaba en ella fueron al suelo. Y, al agacharse la esbelta francesa, para recoger lo que había tirado, San Zoilo aprovechó la ocasión que pintan calva, y le palpó con fruición el prominente culo.
Dos horas después, el avión aterrizó sin ningún contratiempo ... en Nueva York. Parece ser que, cuando Pepiño Blanco entró en la cabina, sus ojos empezaron a emitir destellos de diversos colores y sonidos de diferente intensidad, que alteraron el normal funcionamiento del sistema de navegación, sin que pudiera ser advertido por los pilotos. Pepiño fue condenado por un juez parisino, cuatro años más tarde, al pago de una considerable multa, por haber situado en Nueva York las coordenadas de Tokio. Pepiño Blanco se había convertido en un peligro para el comercio aéreo.
Que susto, pensaba que al final Pepiño seducía a una camarera del hotel y era acusado por violación y juzgado por un tribunal useño, donde la jueza, a la vista de su porte, le pide plan y le pone un ático en Manhatan.
ResponderEliminarPepiño debería ir en la cabina de los pilotos, en un cestito que le permitiera otear las nubes y que no le supusiera impedimento alguno a la hora de que pudiera disertar al comandante de la nave sobre las experiencias adquiridas como mano derecha del Peter Pan de León y del estado en que ha quedado el País de Nunca Jamás ...volveremos a estar como antes del 2004.
ResponderEliminar¡Caray, Candela, qué manera de dar ideas para cuando Pepiño cumpla treinta añitos! De momento, su encanto infantil le está resultando muy caro; pero no dudo que, con el tiempo, recuperará todo el dinero perdido, convirtiéndose en un hombre fatal, en un prostituto que enloquecerá a mujeres multimillonarias. ¡Será el Don Juan de Lamacido! Lo lleva escrito en el rostro.
ResponderEliminarY una vez más, Natalia, tendrá que ser el Partido Popular el que se ocupe, por muy difícil que sea esta vez, de poner las cosas en orden. El Peter Pan de León ha jugado con las cosas de los mayores, sin dejar de ser un niño, y ha puesto el país patas arriba. ¡La pena es que estemos en España! Porque, en una nación seria, dejaría, en noviembre, el cargo de Presidente del Gobierno, sí, pero lo haría para ir a sentarse en el banquillo de los acusados.
ResponderEliminarPero, ¿los animales no tienen que ir enjaulados y con bozal?.
ResponderEliminarClaro, los dejan sueltos y roban hasta las coordenadas de vuelo.
T te dejan una cagada en cualquier sitio.
Un abrazo.
Así debería ser siempre, Capitán, pero hay gente dejada, muy permisiva, que consiente que vayan libres de jaula y bozal. Y luego vienen las lamentaciones. Porque los animales huelen mal, dan mordiscos, tiran coces ... y, por supuesto, dejan todo perdido con las cagadas.
ResponderEliminarMenos mal que, en el próximo capítulo, a Pepiño le curan la enfermedad ocular que tantos disgustos acarrea a los demás.
Un abrazo.
Ahora entiendo el por qué el Sr. Pepiño es el encargado de nuestro tráfico aéreo... con esos antecedentes y tanta experiencia acumulada...
ResponderEliminarLos viajeros, como Paco Martínez Soria... "la ciudad no es para mí".
Un saludo.
Bien dices, amigo Herep. Todo tiene su explicación. Ya sabes lo que decía Napoleón, cuando uno de sus oficiales le cantaba las alabanzas de otro que se había distinguido, como soldado, en importantes batallas: "No quiero saber lo que es hoy; dime qué fue hasta los cinco años."
ResponderEliminarUn cordial saludo.
Es de ahí cuando les cogió tirria a los controladores fijo jajaja, qué maravilla de viajecito...(obviedad, ya he venido)
ResponderEliminarSé ya que estás felizmente de vuelta. He leído tu última entrada, y te he dejado mi comentario.
ResponderEliminarUn cordial saludo.
Pepiño ya apuntaba formas, modos y maneras. Ahora entiendo por qué le costó tanto sacar el carné de conducir.
ResponderEliminarLas cosas, amigo Paco, tienen siempre, como bien sabes, una explicación lógica, aunque nos cueste dar con ella. Me alegra saber que he podido contribuir a aclararte el porqué de los muchos intentos de Pepiño para sacarse el carnet. Te advierto que, durante mucho tiempo, pensé que el muchacho no había pagado los derechos de examen.
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