El día 8 de octubre de 2008 escribí un poema, dedicado al 11-M, que, recitado por mí en diferentes tertulias literarias de Madrid, provocó mi expulsión de la que tiene lugar en el Círculo de Bellas Artes. Lo publico ahora en esta tribuna, precedido de las palabras que le sirven de preámbulo, para que se tenga idea clara del grado de persecución a que se ve sometida, en ciertos ambientes culturales, la libertad de expresión.

Dos días después de aquel terrible 11 de marzo, muchos formaron rebaño, en plena jornada de reflexión, para exigir al Gobierno la verdad de lo ocurrido. Me pregunto dónde están hoy. El día 11 de cada mes, unos llamados Peones Negros, que, de verdad, quieren saber quiénes se encuentran detrás de aquella matanza, acuden a la estación de Atocha, con ánimo de honrar a las víctimas de tan tremendo atentado. En ellos pensaba cuando, en octubre de 2008, escribí estos versos. Me encantaría tener la oportunidad de recitárselos a Zapatero; pero no a solas, sino en un abarrotado Congreso de los Diputados, ante mil cámaras de televisión, en nombre de las víctimas del 11-M.


Fernando Lago

Poema dedicado al 11-M

viernes, 29 de abril de 2011

Cómico drama




Vida oculta de Pepiño Blanco
(Capítulo 14)

   El escándalo fue mayúsculo cuando don Raimundo, alumbrado por la débil luz de una vela de sebo que Argimiro llevaba en su palmatoria, abrió la puerta de la habitación; pues, aunque ninguno de los que entraron -nueve en total- pudo reconocer los cuerpos desnudos de Maruxa y Herminio, las risas de Pepiño Blanco no lograron acallar los ardorosos jadeos que, en operístico y apasionado dúo, ponían final al coito. Argimiro, padre de Maruxa, se cagó en un santo de cuyo nombre no quiero acordarme, sacó la navaja y se lanzó con furia contra el electricista. Por fortuna para éste, el brusco movimiento de Argimiro apagó la vela, y Herminio le dio el cambiazo. Intervino entonces don Raimundo de Castro Seoane y Mombeltrán de Figueroa, que, oyendo decir al padre de Maruxa que iba a abrir en canal a Herminio, con decimonónico estilo -tan del 19 como el propio marqués-, pronunció estas palabras:
- ¡No haya tal, bergante, que no te corresponde a ti vengar el honor mancillado de mi casta hija!
Oír esto Argimiro, y volver a dejar perdido al santo, fue cuestión de segundos; los que aprovechó Herminio para abandonar el cuarto, y correr, escalera abajo, en pelotas. Argimiro fue tras él, fuera de sí, y, al exigirle don Raimundo que volviera, le respondió, amenazante.
- ¡De usted ya me ocuparé después!
  El marqués se metió en la cama, y pidió que llamaran al párroco de San Damián, pues quería confesarse. Don Raimundo, ansioso por ponerse a bien con Dios, hizo un largo examen de conciencia, en espera del sacerdote. Mas, como el representante de Dios en Lamacido tardaba en llegar, su alma prefirió ganar tiempo, yendo directamente a presencia del Creador; porque no era cosa de hablarle a don Vicente, por muy sacerdote que fuera, de sus andanzas con la madre de Maruxa.
 El marqués fue enterrado dos días después, con toda solemnidad, junto a su esposa, doña Amalia de Andrade Sotomayor y Lourido de Braganza. Se llevó a la tumba el secreto que, ya de por vida, trastornó la de Argimiro. El día del entierro, Lamacido seguía a oscuras, porque Herminio, tratando de arreglar la avería, la noche misma en que fuera sorprendido con Maruxa, había dejado sin luz Santa Marta de Ortigueira, Ladrido y Espasante. ¡A ver quién lo hubiera hecho mejor, en pelotas y bajo la amenaza de  Argimiro!

Tío Chinto de Couzadoiro

Enlace al Capítulo 15:   El testamento del marqués
Enlace a "Vida oculta de Pepiño Blanco":   Los 39 primeros   
       
        

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