El día 8 de octubre de 2008 escribí un poema, dedicado al 11-M, que, recitado por mí en diferentes tertulias literarias de Madrid, provocó mi expulsión de la que tiene lugar en el Círculo de Bellas Artes. Lo publico ahora en esta tribuna, precedido de las palabras que le sirven de preámbulo, para que se tenga idea clara del grado de persecución a que se ve sometida, en ciertos ambientes culturales, la libertad de expresión.

Dos días después de aquel terrible 11 de marzo, muchos formaron rebaño, en plena jornada de reflexión, para exigir al Gobierno la verdad de lo ocurrido. Me pregunto dónde están hoy. El día 11 de cada mes, unos llamados Peones Negros, que, de verdad, quieren saber quiénes se encuentran detrás de aquella matanza, acuden a la estación de Atocha, con ánimo de honrar a las víctimas de tan tremendo atentado. En ellos pensaba cuando, en octubre de 2008, escribí estos versos. Me encantaría tener la oportunidad de recitárselos a Zapatero; pero no a solas, sino en un abarrotado Congreso de los Diputados, ante mil cámaras de televisión, en nombre de las víctimas del 11-M.


Fernando Lago

Poema dedicado al 11-M

viernes, 6 de mayo de 2011

El testamento del marqués



Vida oculta de Pepiño Blanco
(Capítulo 15)


     La sosegada paz de Lamacido -tranquilidad secular, decía don Armando Vilariño- se vio alterada, aquella mañana de ardiente sol, con la llegada al Pazo de numerosos automóviles que, por su lujo, hablaban de la calidad de sus ocupantes. El último en hacerlo -el más esperado, sin embargo- fue el magnífico Ford, de 1944, de don Severiano Fontán, notario de Santa Marta de Ortigueira, que quedó aparcado a la sombra de un nogal. Salió a darle la bienvenida don Etelvino de Castro Seoane, sobrino del fallecido marqués, y, juntos, pasaron al Pazo. El notario fue recibido, por los congregados en el salón principal, con el respeto, la seriedad y el distanciamiento propios de quienes ven entrar a quien va a dar fe, con toda solemnidad, de un testamento importante que se presume conflictivo. Don Severiano advirtió al instante la tensión ambiental reflejada en aquellos 43 ojos que lo miraban, fijamente, con desconfianza. Llegados a este punto, como sospecho, admirado lector, que tu perspicacia te lleva por mal camino, me permito corregirte, fraternalmente, diciendo que los deudos de los marqueses, allí reunidos, no eran 22 -uno de ellos tuerto-, sino 23, y que, de ellos, 3 eran tuertos. Aclarado esto, debo añadir que la lectura del testamento, por el notario, hizo saber a los presentes que el marqués nombraba herederos universales de sus inmensos bienes, a partes iguales, a Pepiño Blanco y a Maruxa, su hija natural, que, por virtud de un buen chispazo del electricista Herminio, pronto le daría un nieto. Al oír aquello, don Baltasar de Andrade, canónigo de la catedral de Santiago de Compostela, le arreó a Pepiño Blanco, que gateaba a sus pies, tal patada en el culo que lo mandó por el aire contra el piano de cola; Sor María de la Trinidad, hermana de don Baltasar y abadesa del convento trinitario de Mondoñedo, reprendió a su hermano, por su mal comportamiento, estampándole un sonoro tortazo que fue el comienzo de una sangrienta batalla familiar -todos contra todos- que dio con la mayoría de ellos en un hospital de La Coruña. Pero lo más grave de aquel fraternal desahogo no fue que al notario le partieran la clavícula, el brazo izquierdo y los dos fémures, sino que Pepiño Blanco, dando precoces muestras, quizá, de su natural inteligencia, aprovechara la confusión reinante en el salón para arrojar el testamento al fuego de la chimenea.

Tío Chinto de Couzadoiro

Enlace al Capítulo 16:   En casa de Maruxa
Enlace a "Vida oculta de Pepiño Blanco":   Los 39 primeros   
                





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