Vida oculta de Pepiño Blanco
(Capítulo 17)
Asegurar que Pepiño Blanco se comió un percebe aquella mañana de octubre, no deja de ser una aproximación a la realidad, cuando lo que hizo fue despreciar la parte comestible del crustáceo y, en su intento de masticar la uña, dejar para el desguace las cuatro muelas del juicio; pues, siendo Pepiño tan juicioso, a nadie debe sorprender que tuviera dos pares donde otros niños tienen una. Saco a colación lo del percebe, no porque vaya a ocuparme ahora de la boca de Pepiño Blanco, que de eso se encargó por aquellos días don Armando Vilariño, sino, más bien, porque es la referencia que señala el día de la llegada a Lamacido de don Severiano Fontán, notario de Santa Marta de Ortigueira.
Llegaba don Severiano, muy recuperado del estado calamitoso en que había quedado, tras la lectura del testamento del marqués, en un triciclo de inválido, de aquellos de doble manivela que, por medio de una cadena continua, transmitían el movimiento de las manos a la rueda delantera. Don Severiano no bajó del triciclo, en presencia de Maruxa y Herminio, debido a que los deudos del marqués, defraudados al conocer el testamento de don Raimundo, lo habían dejado, sin que los médicos del hospital pudieran hacer nada, paralítico, de la cintura a los pies. Era un hombre corpulento, panzudo, elegantemente vestido de negro, que soportaba, como paciente Job, la mala educación de Pepiño Blanco, empeñado en que el notario le dejase el triciclo. Maruxa y Herminio hacían lo que podían por librar a don Severiano del acoso impertinente del niño; pero, más atentos a las palabras del notario, se descuidaban en exceso, y Pepiño acabó sentándose en las rodillas del inválido, y tocando sin interrupción, cual si fueran sus testículos, los dos timbres del triciclo. Lo importante, después de todo, es que Maruxa recibió de don Severiano el documento judicial que nombraba tutor de Pepiño Blanco a don Guillermo de Castro Seoane, el único pariente del marqués que, en medio de la batalla encarnizada que se había desatado durante la lectura de su testamento, había impedido que don Severiano dejase allí la vida. Maruxa y Herminio, agradecidos por la bondad de aquel noble inválido, entraron en la casa con la intención de obsequiarlo con unos dulces y una copita de aguardiente. Y, cuando salieron, no lo encontraron, porque Pepiño, jugando, había movido la palanca del freno del triciclo, y éste había entrado, cuesta abajo y marcha atrás, en la cuadra, hasta detenerse justo detrás de una vaca. Allí lo hallaron, recubierto de estiércol, dando fe, como notario, de que había recibido, sobre su cuerpo, la generosa ofrenda de una vaca descompuesta.
Jajajajajaja
ResponderEliminarTu comentario, Maribeluca, lo expresa todo; es un tratado filosófico sobre la risa que se atiene al viejo aforismo "Lo bueno, si breve, dos veces bueno."
ResponderEliminar¡Magistral!