Vida oculta de Pepiño Blanco
(Capítulo 22)
El predicamento de Pepiño Blanco entre sus convecinos de Lamacido aumentó notablemente, a raíz de su elevación a los altares, en brazos de San Zoilo de Pastrana. Cómo no sería aquello, que la milagrosa aparición de Pepiño en el nido matrimonial de los marqueses, ocurrida tiempo atrás, quedó eclipsada por la inequívoca protección que el santo le dispensaba. Ante tal evidencia, don Vicente, párroco de San Damián, tras oír el parecer de Amalia Fandiño, beata oficial de Lamacido, tomó en consideración sus juiciosas palabras, y resolvió obrar en consecuencia.
Amalia Fandiño era una viuda, metida en años y carnes, que ocupaba el volumen de cuatro mujeres gordas. Aun así, se tenía por delgada, y a más de uno que lo dudaba había sentado en el suelo, después de haberle hecho probar la contundencia de sus guantazos. Pero no nos desviemos del curso lógico de la narración; vayamos a lo que de verdad nos importa. Amalia Fandiño, de aspecto bonachón, se encargaba de llevar el santo de casa en casa -una imagen reducida de San Zoilo de Pastrana- en un templete ambulante de madera, porque, según pensaban don Vicente y ella, a San Zoilo le bastaba una semana en cada hogar para derramar sobre él toda clase de riquezas. Aunque, a decir de algunos descreídos, "si non fai ben, po lo menos non come, carallo".
Al cabo de mes y medio, Felipe Cornide, carpintero de Espasante, tenía listo el nuevo templete que le había encargado el párroco. Por su tamaño, se adaptaba al de Pepiño Blanco, que iba a sustituir al santo. A tal fin, el templete contaba con una novedad importante: un sillón, con un redondel abierto en el centro del asiento, similar al del Emperador en Yuste, para que Pepiño hiciera sus reales necesidades.
Aquel sábado, por primera vez, Amalia Fandiño llevó el templete ambulante, con Pepiño Blanco sentado en el trono, al hogar de Basilio Ramallo y Pilar Fraguela, para que Pepiño derramara sobre él, durante una semana, el cuerno de la abundancia. A las dos de la madrugada, cayó un rayo en la cuadra, y les mató los dos cerdos que tenían ya cebados. Como la cosa empezaba muy prometedora, a la mañana siguiente, Amalia, obligada por Basilio y Pilar a llevarse al santiño, lo sacó de la casa, lo dejó en la calle, y entró nuevamente en ella, con ganas de repartir guantazos. Entre tanto, acertó a pasar por allí "Roldán", el perro de caza de Casildo "das pallas", que, olfateando el carácter profano del templete, levantó una pata trasera, y descargó, sobre la cara beatífica de Pepiño, varias ráfagas de orina.
Un personaje como Pepiño merece aún más de lo que le ofrece la vida. El pobre tiene que retirarse ahora a sus cuarteles de invierno. El pobre, ni Rubalcaba lo quiere a su lado. ¡Ya es desgracia la suya! Con lo que vale. Claro. Ahora a lo mejor se dedica a estudiar y tenemos despues un gran abogado.
ResponderEliminarSaludos cordiales
Qué estadista nos hemos perdido con Pepiño.
ResponderEliminarA partir de ahora, la vida y los "concetos" que la rodean no serán lo mismo si este intelectual de mirada lúcida y afilada.
Vale su peso en platino, ¡que debe ser una burrada! La vida pone a cada uno en su sitio, José Luís, y cuando alguno se sale de él, la misma vida se encarga de colocarlo en el lugar del que nunca debió haber salido. El amigo Blanco, para su desgracia y su dolor, volverá a reconocerse en el mierdecilla que ni de ministro dejó de ser. Espero que, si, como dices, se convierte en un gran abogado, no sea, por el bien de España, del Estado.
ResponderEliminarMi más cordial saludo.
La vida comete, con demasiada frecuencia, estas injusticias, Natalia. Ya me dirás qué necesidad tenía de privarnos del "reto" "inteleto" de don José, en horas tan decisivas del acontecer nacional. A partir de este momento crítico, una mirada tan afilada como la suya sólo podrá encontrarse entre navajas de Albacete.
ResponderEliminarMagnífico, la espera mereció la pena.
ResponderEliminarNo me des ideas, Maribeluca, que cambio la instalación eléctrica de la casa.
ResponderEliminarMe alegra que esté ya de vuelta, Tío Chinto. Y enhorabuena por haber salido con bien del trance.
ResponderEliminarUn saludo con todo mi "afeto".
¡Gracias, Antonio! La verdad es que la cosa no fue, después de todo, tan terrible como apuntaba. A veces, da más miedo la sombra del monstruo que se acerca, que el monstruo mismo.
ResponderEliminarCorrespondo, agradecido, al "afetuoso" saludo.