Como la fama y el mérito no suelen ir hoy de la mano, estaré de acuerdo con la concesión de un premio, por lo que tiene de reconocimiento de una labor ejemplar, siempre que se otorgue con justicia. El sonriente Zapatero, que debe la Presidencia del Gobierno de España al mayor atentado terrorista cometido en Europa, puede ser, a su manera, paradigma del individuo, perdido en el anonimato de la masa popular, que, favorecido con el gordo de la lotería navideña, se ve, de buenas a primeras, elevado al pedestal de la fama, sin mérito alguno.
Zapatero -¡qué gran dependiente de comercio hemos perdido!- se encuentra en el declive de su deslumbrante carrera política. No resulta fácil sostener, por mucho tiempo, a un inepto; y Zapatero lo es. Hoy lo sabe hasta el poderoso partido político que, a lo largo de estos años lamentables, ha venido apoyándolo. La idea de la incapacidad del Presidente del Gobierno ha ido calando, de tal modo, en el tejido social que, por más que don José Blanco -otro agraciado con el gordo de Navidad- se empeñe en lanzar, a los cuatro vientos del socialismo, la consigna de que su partido es el de los decentes, el pueblo español pone en cuarentena los cien años de honradez, tan cacareados por el gallinero socialista. Mal puede presumir de honrada la formación política que, durante siete años, ha mantenido, en la Presidencia del Gobierno de España, a un pésimo remendón, de cuyas hazañas dan noticia, a diario, los pocos medios de comunicación ajenos al indecente control del partido de los decentes. Pues bien, este personajillo nefasto, que, probablemente, es más tonto de lo que parece, incapaz de prever las consecuencias de sus disparatados actos, acaba de meternos en una guerra sainetesca que ha de convertirse en su enésima estupidez y, por fortuna, en la sepultura de su vergonzosa carrera. Cuando eso ocurra, este individuo recibirá, como premio inmerecido a siete años de incontables desaciertos que dejan a España al borde de la quiebra moral, económica y territorial, un sustancioso retiro vitalicio, a todas luces injusto.
Me permito poner término a mi artículo, con una ingenuidad infantil. ¿Por qué no convocar un referéndum para que el pueblo español dé su parecer sobre este asunto? ¿Por qué premiar con una extraordinaria pensión vitalicia a quien es causa del empobrecimiento general de España?
Barlovento Maciñeira
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