El día 8 de octubre de 2008 escribí un poema, dedicado al 11-M, que, recitado por mí en diferentes tertulias literarias de Madrid, provocó mi expulsión de la que tiene lugar en el Círculo de Bellas Artes. Lo publico ahora en esta tribuna, precedido de las palabras que le sirven de preámbulo, para que se tenga idea clara del grado de persecución a que se ve sometida, en ciertos ambientes culturales, la libertad de expresión.

Dos días después de aquel terrible 11 de marzo, muchos formaron rebaño, en plena jornada de reflexión, para exigir al Gobierno la verdad de lo ocurrido. Me pregunto dónde están hoy. El día 11 de cada mes, unos llamados Peones Negros, que, de verdad, quieren saber quiénes se encuentran detrás de aquella matanza, acuden a la estación de Atocha, con ánimo de honrar a las víctimas de tan tremendo atentado. En ellos pensaba cuando, en octubre de 2008, escribí estos versos. Me encantaría tener la oportunidad de recitárselos a Zapatero; pero no a solas, sino en un abarrotado Congreso de los Diputados, ante mil cámaras de televisión, en nombre de las víctimas del 11-M.


Fernando Lago

Poema dedicado al 11-M

viernes, 25 de marzo de 2011

Rosendo entra en Cuba


Vida oculta de Pepiño Blanco
(Capítulo 9)

    
     La llegada del "Cabo Machichaco" a La Habana no tuvo el carácter festivo de otras veces. Atracado a uno de sus muelles, el viejo transatlántico español, alegre embajador de la madre patria en todo momento, no recibió, en aquella ocasión, el emotivo homenaje de la Banda Tropical de Camagüey. Los pocos grupos de gente que acudieron a darle la bienvenida, muy reducidos, no mostraban el entusiasmo acostumbrado. La revolución no había triunfado aún, pero cierto grado de tristeza se había adueñado ya de las almas.
     Nueve caballeros de aspecto distinguido, fuera de los cuatro automóviles en que se habían aproximado al portalón del "Cabo Machichaco" cuando dio comienzo el desembarco, esperaban a algún pasajero que, por fuerza, debía ser alguien importante. Lo reconocieron, en cuanto echó pie a tierra, lo saludaron, lo invitaron, amablemente, a subir al primero de los coches, y partieron con él a gran velocidad. Rosendo, encantado con aquel recibimiento tan inesperado, pensó que todo iba sucediendo del modo previsto por don Arsenio Taboada, allá en Lamacido, y contempló la hermosura de la ciudad, a lo largo del breve recorrido que hicieron desde el muelle hasta la comisaría de policía más cercana.
     El comisario pidió a Rosendo que abriera la maleta, y el padre de Pepiño, que no acababa de entender el porqué de la petición, lo hizo, a plena satisfacción del funcionario; pues, ocultos entre una chaqueta y un pantalón, aparecieron, tal como le habían indicado en un soplo, una hoz y un martillo. Rosendo, observando su confusión, le advirtió que llegaba dispuesto a ponerse del lado de la revolución, para liberar al pueblo de la opresión del tirano; el comisario, entonces, que dudaba entre fusilarlo al amanecer y dejarlo en libertad, viendo que el padre de Pepiño Blanco era un tonto del culo sin mezcla, o, por decirlo con la precisa expresión que el comisario empleó, un comemierda inmigrante, resolvió acompañarlo, personalmente, a Sierra Maestra, persuadido de que semejante animal sería más útil, al Gobierno de Fulgencio, si se alistaba en el bando de Fidel.
     Y allí quedó Rosendo, padre de Pepiño Blanco, perdido en Sierra Maestra, como Don Quijote en Sierra Morena, a la espera de alguien que lo condujera a presencia del Comandante.

Tío Chinto de Couzadoiro

Enlace al Capítulo 10:   La soledad de Elvira
Enlace a "Vida oculta de Pepiño Blanco":   Los 39 primeros   

          

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