Vida oculta de Pepiño Blanco
(Capítulo 7)
El entierro de la marquesa tuvo lugar, dos días después, en el cementerio parroquial de Lamacido. Una larga brisa marina procedente de la ría, acompañada de una lluvia menuda que no había dejado de caer desde hacía varias horas, atemperaba el calor sofocante de la mañana, tan desacostumbrado en aquel tiempo, que, a lo largo del camino que unía el pazo con el campo santo, castigaba al nutrido cortejo fúnebre que lo seguía, tras el ataúd de doña Amalia de Andrade Sotomayor y Lourido de Braganza, deseoso de darle el adiós postrero. Abría la luctuosa comitiva el marqués, junto al Cardenal Arzobispo de Santiago de Compostela -amigo personal suyo-, y la cerraba, de acuerdo con una escala jerárquica socialmente aceptada, el campesinado de Lamacido. Dos pasos por detrás del marqués y del cardenal, vestido con el deslumbrante trajecito que llevaba puesto en el momento de fallecer la marquesa, iba Pepiño Blanco, dando brincos, risueño, en los brazos de su niñera. Y, hacia la mitad del cortejo, don Arsenio Taboada, el indiano, cada vez más convencido de que Pepiño era Supermán de Lamacido, trataba de persuadir de ello al médico rural de la zona, don Armando Vilariño.
Llegados al cementerio, y ya frente al panteón familiar de los Mombeltrán de Figueroa, deudos del marqués, don Arsenio Taboada, entendiendo que con ello acabaría venciendo la ardua resistencia del médico a aceptar la realidad de la fuerza sobrehumana de Pepiño, le hizo ver que el niño podría haber llevado él solito, sin dificultad alguna, el pesado féretro que habían cargado, a hombros, cuatro mozos de los más esforzados de la aldea; que eso era lo menos que hacía el Supermán de América. Pero don Armando Vilariño, queriendo poner término al prolijo discurso del indiano, lo interrumpió, sin contemplaciones, con estas pocas palabras: "Déixese de trapalladas, don Arsenio, que por aquí as cousas son de outra maneira, e non está o forno pra bolos."
Y allí quedó, en el nicho que tenía reservado en el panteón familiar de los Mombeltrán de Figueroa, doña Amalia de Andrade Sotomayor y Lourido de Braganza, marquesa de San Damián de Lamacido, recordada y llorada por todos los que habían acudido a darle su despedida. Y, desandando el camino, el indiano se aferraba aún a una última esperanza de llegar a poner de su parte al médico, tornando al palique con él.
- Tenga en cuenta, don Armando, que, siendo Pepiño Blanco hijo de Rosendo y de Elvira, por fuerza tiene que haber salido muy animal.
Al menos un poco gilipollas, eso sí matriculado en 1º de abogado, qué carallo.
ResponderEliminarEso es. Tengo entendido, Mamuma, que fue compañero, si no de clase, de curso, de Esperanza Aguirre.
ResponderEliminarFantástico Blog. Ha sido un placer "pasearme" por aquí.
ResponderEliminarSaludos cordiales.