El día 8 de octubre de 2008 escribí un poema, dedicado al 11-M, que, recitado por mí en diferentes tertulias literarias de Madrid, provocó mi expulsión de la que tiene lugar en el Círculo de Bellas Artes. Lo publico ahora en esta tribuna, precedido de las palabras que le sirven de preámbulo, para que se tenga idea clara del grado de persecución a que se ve sometida, en ciertos ambientes culturales, la libertad de expresión.

Dos días después de aquel terrible 11 de marzo, muchos formaron rebaño, en plena jornada de reflexión, para exigir al Gobierno la verdad de lo ocurrido. Me pregunto dónde están hoy. El día 11 de cada mes, unos llamados Peones Negros, que, de verdad, quieren saber quiénes se encuentran detrás de aquella matanza, acuden a la estación de Atocha, con ánimo de honrar a las víctimas de tan tremendo atentado. En ellos pensaba cuando, en octubre de 2008, escribí estos versos. Me encantaría tener la oportunidad de recitárselos a Zapatero; pero no a solas, sino en un abarrotado Congreso de los Diputados, ante mil cámaras de televisión, en nombre de las víctimas del 11-M.


Fernando Lago

Poema dedicado al 11-M

sábado, 25 de diciembre de 2010

Carta abierta a Rubalcaba

    

     Dudo mucho que llegues a leer esta carta. Por eso, difícilmente sabrás que soy uno de los muchos españoles que, si pudieran, te darían un buen par de hostias. Motivos no me faltan para ello. Pero voy a exponerte el más importante.
     El día 11 de marzo del año 2004, se cometió en Madrid un atentado terrorista, de dimensiones descomunales, que, merced a tus oscuras maquinaciones, puso a un inepto en la Presidencia del Gobierno. Pues bien, hoy es el día en que no conocemos lo fundamental de aquel atentado. Ya sé, Rubalcaba, que el caso fue juzgado, y sentenciado; como sé, también, que tú no ignoras que un juicio, basado en un sumario descaradamente incompleto, lleva, por fuerza, a una sentencia poco acomodada a la justicia. 
     Como ciudadano español, quiero saber -tengo derecho a ello- qué pasó aquel desgraciado día. No me basta conocer lo que se nos dijo entonces. No puedo conformarme con menos de saber quiénes concibieron la matanza y quién dio la orden de su comisión. Está en juego mi dignidad personal, mi sentimiento de pertenencia a un pueblo digno. Por ello te exijo, Rubalcaba, que me digas todo lo que ocultas acerca de tan espinoso asunto. Aunque bien sé que tu deficiente sentido democrático no admite que un ciudadano de a pie pueda exigir algo a quien viaja en coche oficial.
     Tienes fama de hombre inteligente. Dudo mucho que lo seas. No responder, en el Congreso, a una pregunta comprometida que se te hace, es algo que está al alcance de cualquier adoquín. Espero que la supuesta inteligencia que se te atribuye te permita ver un hecho indubitable. Como llevas tanto tiempo obstruyendo la labor judicial, en el procedimiento abierto a Sánchez Manzano, cabe pensar que tu intención es ocultar algo grave, concerniente a tu partido político, a tu ministerio o al Gobierno de que formas parte. Te considero capaz de todo, Rubalcaba, porque tu conducta, a lo largo de muchos años, avala mi pensamiento. Y, en ese todo, lo incluyo absolutamente todo. Los españoles no nos merecemos -¿te suena el comienzo de la frase?- un Ministro de Interior que oculta pruebas del 11-M.
     De ti depende, Rubalcaba -de tu decisión firme de abrir a la luz del día lo que esconde algún sótano tenebroso de tu ministerio-, que deje o no de verte como directo responsable del atentado del 11-M. De ti depende que deje o no de sentir un incontrolable deseo de darte un par de hostias.

Barlovento Maciñeira





sábado, 18 de diciembre de 2010

Centenario



     A punto ya de cerrarse el desván de lo inútil, al que están yendo a parar los miles de versos encomiásticos, dedicados a Miguel Hernández, escribo estos renglones para dar entrada en él a una ficción, sobre el recordado, que, meses atrás, concebí. Con ella contribuyo, si no a mejorar la calidad de esos versos, sí a dar una muestra de mi respeto al poeta y de mi sinceridad al tomar la pluma. Dos cosas, respeto y sinceridad, que no se encuentran, fácilmente, en tanta estrofa laudatoria.


Carta de Damián "Pañuco"
a Miguel Hernández


     Mi querido amigo de la infancia:

     Hace tanto que no sé de ti, tanto desde tu partida, que, a punto de cumplir los cien años, "ya con el pie izquierdo en el estribo", doy comienzo a esta carta que, a buen seguro, podré entregarte en mano, dado el mucho quebranto de mi salud. ¡Cuanta agua ha corrido por la acequia, Miguel, desde los días en que, niños aún, cabreros en nuestra tierra oriolana, nos ganábamos el pan! Me alegré con tu fama de poeta, y lloré cuando supe de tu muerte tan temprana.
     La vida fue dura conmigo, Miguel, muy dura. Pasé a Francia, al acabar la guerra, y aquí me topé, poco después, con la europea, mucho más cruel que la nuestra. Me casé con una gran mujer, a la que quise profundamente, que, hace tan sólo seis años, me dejó viudo. Mis dos hijos, franceses como su madre, me tratan bien; y, varias veces, me llevaron de viaje por nuestra querida España. ¡No la reconocerías! ¡Ay, Miguel, qué tremendo es el destierro! Mi vida, viejo amigo, carece ya de interés.
     Entré, muy joven, en el Partido Comunista, y, muy pronto, fui adoctrinado en la mentira y el error. Hoy, pasados más de setenta años, lo sabemos casi todo, Miguel. Se nos decía, entonces, que, como soldados del Frente Popular, combatíamos contra el fascismo, en defensa de la democracia. ¡Puro embuste, Miguel, auténtica falacia! Estábamos, sin saberlo, al servicio de Stalin, un tirano totalitario que pretendía instaurar en nuestra tierra la dictadura comunista que, con el tiempo, triunfó en Cuba. Sí, Miguel, la que fuera llamada Perla del Caribe padece hoy una terrible dictadura que la mantiene, desde hace cincuenta años, sumida en el hambre y la miseria. Pienso, mi buen amigo del alma, que, si el general Franco impidió la implantación en España de un régimen totalitaro, semejante al cubano, habrá que considerar al caudillo como el gran benefactor de todos los españoles. ¡Tenlo por cierto, Miguel! Tu pronta muerte te libró de conocer lo que es la vida bajo el peso criminal de la bota de un tirano comunista. Antes o depués, querido amigo, el paso del tiempo descubre la verdad que el polvo de la mentira nos oculta. Hoy no se puede esconder la realidad del comunismo. Stalin fue un criminal como Hitler; mucho más que éste, si atendemos al número mayor de sus crímenes. Hoy sabemos, Miguel, que, allí donde el comunismo  puso el pie, sembró los campos de horror y de muerte, de hambre y de miseria. Un régimen tan perverso como el comunista sólo se impone con terror y con engaño. 
     ¡No reconocerías, Miguel, a esta España nuestra, tan querida, que tanto nos hizo sufrir! El general Franco, tan odiado todavía por muchos, tan injustamente difamado, dejó, al morir -obligado es reconocerlo-, una España próspera, preparada para afrontar, sin riesgo, su futuro; una España que ni tú, con tu sentir de poeta, podrías haber imaginado.
     No quiero extenderme más, Miguel, que mi mano de anciano resulta torpe sobre el papel, y se cansa en exceso con el uso de la pluma. Tiempo habrá, cuando nos veamos, de hablarte, con entusiasmo, del régimen democrático que, por fin, reina en España; pero también, con dolor, de la sombra negrísima que, lamentablemente, se cierne sobre ella. ¡Los españoles no aprenden ni con cuarenta guerras civiles! España parece condenada a soportar la desmesura de una clase política embrutecida, que, una y otra vez, se empeña en la fragmentación de su territorio. A pesar de la distancia, me duele España, Miguel; me duele la bajeza del Gobierno socialista, la ceguera de los nacionalistas catalanes, que, cerriles, ven, en España, una nación de naciones; me duele -¡y de qué manera!- la poca altura de su clase intelectual, la pobreza literaria de sus novelistas, la vulgaridad ofensiva de sus poetas, la torpeza hiriente de sus dramaturgos, la absoluta falta de compromiso de quienes, con la pluma, podrían levantar en almas -¡que no en armas!- al aborregado pueblo español. Me martiriza, Miguel, sobre todo, la sospecha de que las izquierdas españolas no han aprendido nada de nuestra absurda guerra civil. ¿De qué ha servido mi sacrificio, Miguel, y el de tantos españoles que se vieron condenados al exilio? El error vuelve a estar en una buena parte de nuestra clase política, que no advierte el peligro de un nuevo conflicto bélico. Haría falta, Miguel, tu sentimiento poético para expresar mi íntima decepción. ¡Los españoles no aprenden jamás!
     De todo esto, Miguel, y de mucho más, te hablará muy pronto, cuando esté contigo, alguien, enviado al matadero por unos políticos criminales, que, en su largo y forzoso exilio, pasa los últimos minutos de su vida, entre oscuros pensamientos.
     Tu amigo, Damián "Pañuco".

Barlovento Maciñeira



                            

viernes, 10 de diciembre de 2010

La ilustre dama

    
     Una vez más, celebraron su cumpleaños. Pero ella no estaba allí. Unos dicen que la huelga de controladores aéreos le impidió regresar en avión; otros aseguran que fue vista en un burdel de Venezuela; algunos, en fin, barruntan que se suicidó, por los días, ya lejanos, de su fragante lozanía, incapaz de soportar, casi a diario, la violación de tanto hombre desalmado. Lo cierto es que, nuevamente, los violadores han vuelto a caer en la hipocresía de celebrar su cumpleaños, sin contar con la presencia de la dama.
     El día 6 de diciembre, fecha del aniversario, España se encontraba en estado de alarma, porque uno de los muchos violadores de la joven, el Presidente del Gobierno, reconociendo la manifiesta incapacidad del Ministro de Fomento, otro violador, para solucionar los graves problemas planteados por los controladores aéreos, se vio forzado a decretar tal estado. Y todo parece indicar que, durante un tiempo, permaneceremos en tan particular e injustificada situación. 
     Soplan malos vientos que ponen en peligro la incipiente democracia española. Alfredo Pérez Rubalcaba, Ministro de Interior y, tal vez, el mayor violador de la ilustre dama, declaró, en nítida referencia a los controladores, que, quien echa un pulso al Estado, lo pierde. Tan amenazantes palabras podía haberlas pronunciado, siglos atrás, el Cardenal Cisneros, aquel que, mostrando los cañones, advirtió: "Estos son mis poderes". Me gustaría ver, en el ministro, la misma contundencia, el mismo alarde de atributos sexuales, al tiempo de enfrentarse a comportamientos ajenos más comprometedores. ETA y Marruecos, por ejemplo, llevan años echando pulsos al Estado, y ganándolos. No quiero decir con esto, sin embargo, que a etarras y marroquíes haya que hablarles al modo de la Pajín, cuando hace ostentación de sus poderosos cojones. La peculiar ministra daría en el clavo, si pusiera sus notables atributos sexuales al servicio exclusivo de la investigación ginecológica. No vaya a pensar alguno que ella misma pertenece al restringido club de violadores de la ilustre dama.

Barlovento Maciñeira



        

domingo, 5 de diciembre de 2010

Repugnancia

    
     Jamás le abrí la puerta de mi casa. Pero, delincuente al fin, se asoma, con frecuencia, a la ventana del televisor. Y, cuando lo hace, siento el asco irreprimible que nos produce la aparición de una criatura repulsiva y el temor que nos provoca la presencia de un ser maligno. Lo conozco muy bien. Es un hombre. Bastaría, para asegurarlo, advertir que no anda a cuatro patas. Con todo, su aspecto primario lo convierte en un animal antropomorfo. Se diría, viendo su aire de enterrador, que ha salido de una fosa cavada en la prehistoria. Y, aunque yo no sepa lo que sabe, sé que este monstruo lo sabe todo sobre el 11-M. Me basta, para afirmarlo, reparar en el desprecio persistente con que miente, tratando de ocultarnos la verdad de aquel criminal atentado que puso en el Gobierno al Partido Socialista. Su mentira no lo hace sospechoso; lo hace culpable. Y, si nuestro desdichado país gozara de un régimen plenamente democrático, este antropoide llevaría ya varios años en la jaula.
     No conozco a su mujer. No se acerca, como él, a la pantalla del televisor. Por eso me pregunto cómo soporta la convivencia con su marido. ¿Es, acaso, como él? Porque, de no serlo, cuesta creer que pueda meterse en la cama con alguien que, por fuerza, ha de oler mal. Un hombre así, que, tal vez, participó en la organización del criminal atentado del 11-M, apesta en la distancia. Repito que no conozco a su mujer. Pero entendería perfectamente que una noche, en respuesta a la apetencia sexual de su marido, harta de aguantar tanta pestilencia, se tomara la justicia por su cuenta, y le arrancara el alma putrefacta, de certera puñalada al corazón.

Barlovento Maciñeira