El día 8 de octubre de 2008 escribí un poema, dedicado al 11-M, que, recitado por mí en diferentes tertulias literarias de Madrid, provocó mi expulsión de la que tiene lugar en el Círculo de Bellas Artes. Lo publico ahora en esta tribuna, precedido de las palabras que le sirven de preámbulo, para que se tenga idea clara del grado de persecución a que se ve sometida, en ciertos ambientes culturales, la libertad de expresión.

Dos días después de aquel terrible 11 de marzo, muchos formaron rebaño, en plena jornada de reflexión, para exigir al Gobierno la verdad de lo ocurrido. Me pregunto dónde están hoy. El día 11 de cada mes, unos llamados Peones Negros, que, de verdad, quieren saber quiénes se encuentran detrás de aquella matanza, acuden a la estación de Atocha, con ánimo de honrar a las víctimas de tan tremendo atentado. En ellos pensaba cuando, en octubre de 2008, escribí estos versos. Me encantaría tener la oportunidad de recitárselos a Zapatero; pero no a solas, sino en un abarrotado Congreso de los Diputados, ante mil cámaras de televisión, en nombre de las víctimas del 11-M.


Fernando Lago

Poema dedicado al 11-M

viernes, 22 de abril de 2011

Apagón en Lamacido

Vida oculta de Pepiño Blanco
(Capítulo 13)

     Horas después de la partida de Elvira, se produjo un apagón en Lamacido que lo dejó sumido en tinieblas. De modo particular, el Pazo quedó cubierto por un negro manto que, en aquella noche sin luna, le dio un aire fantasmagórico. Como tantas veces -los apagones menudeaban-, se buscó a Herminio, el electricista, que no aparecía por ninguna parte. Y, como el párroco de San Damián de Lamacido no había advertido a sus feligreses de lo oído en confesión aquella misma mañana, algunos pensaron que Herminio debía estar, por fuerza, soltando lastre en casa de Elvira. Allá se encaminaron, y pronto vieron, a pesar de la oscuridad, que a Herminio se le habían fundido los plomos, sí, pero no en la cama de Elvira. La prudencia y el orden lógico de la narración, que no el secreto de confesión, me impiden revelarte ahora, lector, en qué hogar de Lamacido se le fundieron los plomos al electricista. Mas no desesperes, que todo se andará y, a su debido tiempo -antes, tal vez, de lo que supones-, tendrás noticia de ello.
     El apagón duró cuatro horas, cuatro larguísimas horas que se hicieron eternas en el Pazo cuando se echó en falta a Pepiño. Daba la impresión de que, con la desaparición aparente del mobiliario, provocada por la falta de luz eléctrica, hubiera desaparecido también, como un mueble más, Pepiño Blanco. Consternado, don Raimundo de Castro Seoane y Mombeltrán de Figueroa, marqués de San Damián de Lamacido, y padre adoptivo de Pepiño Blanco, que adivinaba ya el reproche que muy pronto le haría doña Amalia en la otra vida, si no encontraba al niño, dio las órdenes precisas para comenzar la búsqueda exhaustiva de Pepiño.
     Al cabo de dos horas, las alegres e infantiles carcajadas del niño, procedentes del piso alto del Pazo, condujeron allí al marqués y, tras él, a todo el personal a su servicio. Pepiño Blanco, dotado por la madre naturaleza de una curiosidad científica digna de encomio, se había metido, sin ser notado, en el cuarto de Maruxa, joven y atractiva sirvienta, con la sana intención de hacer algún descubrimiento empírico. Su hallazgo correspondió al campo de la electricidad; pues has de saber, lector, que, en la oscuridad de aquella alcoba, Pepiño Blanco fue testigo de cómo a Herminio se le fundieron los plomos encima de Maruxa.

Tío Chinto de Couzadoiro

Enlace al Capítulo 14:   Cómico drama
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