El día 8 de octubre de 2008 escribí un poema, dedicado al 11-M, que, recitado por mí en diferentes tertulias literarias de Madrid, provocó mi expulsión de la que tiene lugar en el Círculo de Bellas Artes. Lo publico ahora en esta tribuna, precedido de las palabras que le sirven de preámbulo, para que se tenga idea clara del grado de persecución a que se ve sometida, en ciertos ambientes culturales, la libertad de expresión.

Dos días después de aquel terrible 11 de marzo, muchos formaron rebaño, en plena jornada de reflexión, para exigir al Gobierno la verdad de lo ocurrido. Me pregunto dónde están hoy. El día 11 de cada mes, unos llamados Peones Negros, que, de verdad, quieren saber quiénes se encuentran detrás de aquella matanza, acuden a la estación de Atocha, con ánimo de honrar a las víctimas de tan tremendo atentado. En ellos pensaba cuando, en octubre de 2008, escribí estos versos. Me encantaría tener la oportunidad de recitárselos a Zapatero; pero no a solas, sino en un abarrotado Congreso de los Diputados, ante mil cámaras de televisión, en nombre de las víctimas del 11-M.


Fernando Lago

Poema dedicado al 11-M

viernes, 15 de abril de 2011

Elvira viste de luto

Vida oculta de Pepiño Blanco
(Capítulo 12)

     La noticia dejó a Elvira tan abatida que, durante varios días, no probó alimento alguno ni salió de casa. Pasaba las horas del día, y también las de la noche, tratando de imaginar cuáles podrían haber sido las últimas de Rosendo, el único varón al que de verdad se había entregado, el más hombre de cuantos había conocido. Su temperamento sanguíneo, violento en tantas ocasiones, era su perdición -¡bien lo sabía ella!-, y acabó llevándolo a la muerte. Elvira lloró, desesperadamente, el trágico final de su marido; releyó, hasta la extenuación, aquella carta fatal que no quisiera haber recibido, y, una mañana, por vez primera en varios días,  puso los pies en la calle, y se encaminó hacia la iglesia.
   Con el rostro demacrado y sin pintar, y vestida de luto riguroso, Elvira fue oída en confesión por el párroco de San Damián de Lamacido. Enumeró, con valentía, sus muchos pecados, que no sorprendieron al confesor, y, antes de recibir la absolución, añadió algo que resonó, en el interior del confesonario, como el estallido de una bomba.
- Me voy de Lamacido. Aquí nada tengo ya que hacer. Mi hijo se cría bien en el Pazo, gracias a Dios, y tendrá una buena educación. Se acabaron los hombres para mí. Muchos pasaron por mi cama, en vida de Rosendo; pero, como viuda, le debo un respeto. Se acabó mi vida de pecado.
Después de oírla, el párroco le dirigió, con ánimo de librarla de traumáticos escrúpulos, estas edificantes palabras.
- Has de saber, hija mía, que, aunque sea yo uno de esos muchos que pasaron por tu cálida y acogedora cama, dada mi sagrada condición de sacerdote, conmigo no has pecado.
    Al día siguiente, Elvira bajó, con una vieja maleta en la mano derecha, por el camino de carro que conducía entonces a la carretera general; con ojos humedecidos, echó una última mirada al Pazo, y, ya en el apeadero, esperó el coche de linea que habría de llevarla a La Coruña.
   Con el tiempo, sus vecinos de Lamacido, a falta de datos verdaderos acerca de ella, dieron en decir que vivía malamente en Madrid, que había sido vista en el barrio chino de Barcelona, que se había casado con un militar negro de la base norteamericana de Torrejón de Ardoz ... Alguno llegó a asegurar, incluso, que sabía, de buena tinta, que se había reconciliado con Rosendo, y que vivía con él en Dinamarca. Lo único cierto es que nunca más volvió por Lamacido, y que, de hecho, Pepiño Blanco quedó, con su partida, tan huérfano de madre como ya lo era de padre.

Tío Chinto de Couzadoiro

Enlace al Capítulo 13:   Apagón en Lamacido
Enlace a "Vida oculta de Pepiño Blanco":   Los 39 primeros   
               

2 comentarios:

  1. Esto promete, jefe. Magna ironía, la de la pobre viuda.
    Saludos blogueros

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  2. Gracias por tu comentario, José Antonio. La pobre viuda saldrá, por un tiempo, de esta historia, porque ahora conviene centrarse en el pobre huérfano.
    Un cordial saludo.

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