Trenes como cuchillos

     Esta tribuna mantiene la esperanza de que 2012 sea el año en que, por fin, conozcamos la Verdad del 11-M. Así lo indican las palabras que, grabadas en el frontispicio, dan la bienvenida al caminante que se acerca a ella. Quiero dedicar las que siguen a los muñidores de la increíble versión oficial del atentado, y a cuantos contribuyeron a difundirla, con la vana ilusión de que todos ellos, si un día descubrimos la verdad, sean tratados como responsables de un grave delito de ocultación.

     El 11 de marzo del año 2004, la policía descubrió, en un piso madrileño, un cadáver que, a la altura del corazón, tenía clavado un cuchillo. Cuando llegaron allí el juez y el forense, certificaron que el fallecido, indocumentado, era un hombre de unos cincuentas años, y que la muerte se la había producido, dos horas antes, un arma blanca dirigida al corazón. Pero no vieron el cuchillo. Nadie volvió a verlo jamás. Alguien se había ocupado en destruir la prueba fundamental de aquel crimen, que habría permitido encontrar al asesino. Sin embargo, desde el instante del descubrimiento del cadáver, con el cuchillo clavado en el pecho, hasta la llegada del juez y el forense, en el piso sólo había policías.

Barlovento Maciñeira